miércoles, diciembre 20, 2006
Esto es lo último que esperaba encontrarme en Youtube, no os podéis imaginar la ilusión que me ha hecho -y eso que se ve fatal. Enorme canción. Silvio es inimitable.
martes, diciembre 19, 2006
Ego
ego.
(Del lat. ego, yo).
1. m. Psicol. En el psicoanálisis de Freud, instancia psíquica que se reconoce como yo, parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superyó y la realidad del mundo exterior.
2. m. coloq. Exceso de autoestima.
Desde luego no se puede decir que la RAE se haya lucido con esta definición. Me pregunto cómo sería un mundo sin "excesos de autoestima". Supongo que sería un permanente estado de soporífera paz. Flaco favor le han hecho las violentas explosiones del alma y el egoísmo humanos a la convivencia fraternal entre los hombres, sin embargo, son en parte responsables de que haya razones para vivir.
En Italia, durante treinta años bajo los Borgia, hubo guerra, terror, asesinatos, derramamiento de sangre… de allí surgieron Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y el Renacimiento. En Suiza reinó el amor fraternal durante quinientos años de paz y democracia; ¿y qué produjeron? ¡El reloj cucú!
Harry Lime (Orson Welles en El tercer hombre).
¿Es estrictamente necesario destruir para crear? Si es así, intuyo que no hay destrucción más noble -y creativa- que la de uno mismo.
lunes, diciembre 18, 2006
Memento mori
Me he encontrado por casualidad con un artículo de Manuel Talens, muy sugerente, en parte dedicado a la figura de Émile Cioran. Me ha llamado la atención porque hace poco mencioné mi lectura de Ensayo sobre Cioran para hablar de una frase que trastocó mi forma de ver el mundo. Hay otra frase, Talens la cita, que cambió mi vida y que no podré olvidar jamás: recuerda que eres mortal. Esto es lo que repetía un esclavo al oído del emperador romano en el momento de su coronación.
La Antigüedad Clásica, fuente inagotable de sabiduría. Ya entonces sabían lo que Cioran comprendió con inusitada lucidez : Nunca serás más de lo que no eres y la tristeza de ser lo que eres. La potencia del mensaje es tal que sigue taladrando nuestro intelecto, incluso en estos tiempos en que lo hemos visto, escuchado y pensado todo.
La Antigüedad Clásica, fuente inagotable de sabiduría. Ya entonces sabían lo que Cioran comprendió con inusitada lucidez : Nunca serás más de lo que no eres y la tristeza de ser lo que eres. La potencia del mensaje es tal que sigue taladrando nuestro intelecto, incluso en estos tiempos en que lo hemos visto, escuchado y pensado todo.
jueves, noviembre 30, 2006
Historia de mi vida en unas líneas
Cuando tenía 17 años escribí en el encerado de mi clase: Lo más profundo es la piel. La frase, de Paul Valéry, me había impactado con inusitada fuerza -la había leído, por cierto, de pluma del jovencísimo Savater de Ensayo sobre Cioran. Desde entonces he leído pocas cosas tan sumamente profundas.
Sin embargo, aquello sólo me granjeó la risa generalizada de mis compañeros y una pregunta presuntamente mordaz de mi profesor de Historia: ¿Eso quién lo dijo, una modelo?.
De modo que volví a mi casa y a mis libros. Los que comprendían aquella frase, los que me comprendían, estaban, como ahora, muy lejos.
Sin embargo, aquello sólo me granjeó la risa generalizada de mis compañeros y una pregunta presuntamente mordaz de mi profesor de Historia: ¿Eso quién lo dijo, una modelo?.
De modo que volví a mi casa y a mis libros. Los que comprendían aquella frase, los que me comprendían, estaban, como ahora, muy lejos.
Gracias...
... por el comentario sobre Almafuerte. Ni conocía ese poema ni conocía a su autor -qué romántico que rechazase cargos públicos y criticase a quienes viviesen a expensas de los impuestos de la gente...
Me ha venido bien porque tengo bastante trabajo pendiente y ya me veía pasando la mitad de la noche lloriqueando. Para los que no hayan leído el comentario, reproducía este soneto de Almafuerte:
Me ha venido bien porque tengo bastante trabajo pendiente y ya me veía pasando la mitad de la noche lloriqueando. Para los que no hayan leído el comentario, reproducía este soneto de Almafuerte:
¡Piu Avanti!
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!
martes, noviembre 28, 2006
sábado, noviembre 11, 2006
De estaciones
Cuanto más las visito menos me gustan. Las estaciones de tren son para despedirse, despedir, recibir o ser recibidos... pero a los que nos toca el ingrato papel de irnos o llegar -sí, solamente irnos y solamente llegar- nos resultan deprimentes.
No voy a negar que hay mucho de poético en esas moles férreas, y mucho de melancólico y de pictórico y de enternecedor... Y en su favor diré también que son uno de los mejores sitios para hacer improvisados estudios sociológicos... Sí, ya lo creo, todo un repertorio de elocuentes incomunicaciones y conversaciones vacuas.
Pero, pese a todo, ver la efusividad de las parejas que se despiden o reencuentran es para los solitarios voyeurs de la estación -entre los que me incluyo- un pequeño tormento. Será la envidia, pero no puedo soportarlo. Preferiría que nadie esperase a nadie, que nadie abrazase a nadie, que nadie tuviese ganas de ver a nadie... Maldita pornografía de los sentimientos...
miércoles, noviembre 08, 2006
Carcoma
Cuando me veo enfrentando una y otra vez, de idéntico modo, mis fracasos, repitiendo mis errores consciente de sus consecuencias, me pregunto qué mórbido placer guía mis actos.
Posiblemente -me digo- todos tendemos al masoquismo, es más -me enervo- tengo esa certeza. Pero hay algo detrás, quizá, como dijo Cowper, "un placer en las penas del poeta que sólo el poeta conoce".
Poetas o no, la frustración y la derrota nos resultan -me resultan- tan poéticamente patéticas... No sé por qué, pero no podría dejar de sufrir viéndola.
Posiblemente -me digo- todos tendemos al masoquismo, es más -me enervo- tengo esa certeza. Pero hay algo detrás, quizá, como dijo Cowper, "un placer en las penas del poeta que sólo el poeta conoce".
Poetas o no, la frustración y la derrota nos resultan -me resultan- tan poéticamente patéticas... No sé por qué, pero no podría dejar de sufrir viéndola.
jueves, octubre 19, 2006
Historias de la puta España
Sin perdón, no me confundan continente y contenido -obviaremos responsabilidades de uno en otro y de otro en uno. Este país (o nación o estado o como quiera que ustedes le llamen) es un cachondeo -y no por el affaire Rubianes.
Leo en Retiario lo siguiente:
Léanlo entero también ustedes, no me sean vagos, porque no tiene desperdicio.
Somos así. Por eso, cuando se trata de criticar España, hasta Dragó parece comedido.
¿Cuándo empezaremos a valorar la cultura? Podríamos empezar... qué sé yo, por intentar que los niños aprendan a escribir en la escuela, que no es tan complicado, ¿o sí? Por cierto, de los universitarios españoles que no están condenados al paro por hacer las cosas bien ¿qué se sabe?. Ahí ahí, al pie del cañón, movilizándose por causas justas y no por tonterías.
Qué triste leer a Jaime Gil de Biedma -otro autor, y van tantos, al que España no hace justicia- y ver que nada ha cambiado:
¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.
Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.
Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.
Leo en Retiario lo siguiente:
Raras veces una augusta institución científica como la revista británica Nature desciende a abroncar países. Aunque siempre hay excepciones, y España es una de ellas. Otra vez, y van varias, este órgano de la comunidad científica internacional reprende al estado español por su tratamiento de los científicos profesionales.
[...]
Los 'cajales' que regresaron hace 4 o 5 años, tras años de estancia en laboratorios extranjeros, que volvieron para crear equipos y líneas de investigación, se encuentran con que después no hay nada. Especialmente en el CSIC los ahorros de los últimos años significan que no salen plazas ni contratos. Científicos con 10 años de carrera postdoctoral no tienen puestos a los que optar.
Léanlo entero también ustedes, no me sean vagos, porque no tiene desperdicio.
Somos así. Por eso, cuando se trata de criticar España, hasta Dragó parece comedido.
¿Cuándo empezaremos a valorar la cultura? Podríamos empezar... qué sé yo, por intentar que los niños aprendan a escribir en la escuela, que no es tan complicado, ¿o sí? Por cierto, de los universitarios españoles que no están condenados al paro por hacer las cosas bien ¿qué se sabe?. Ahí ahí, al pie del cañón, movilizándose por causas justas y no por tonterías.
Qué triste leer a Jaime Gil de Biedma -otro autor, y van tantos, al que España no hace justicia- y ver que nada ha cambiado:
¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.
Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.
Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.
jueves, octubre 12, 2006
Blog esteta
Todas las definiciones que de la belleza hemos dado han sido incompletas, pero en estos momentos tampoco tenemos claro que su búsqueda sea una prioridad. Desde que se ha desligado del arte, y desde que todo vale, hemos perdido los criterios para juzgarla y las ganas para buscarla. Hay una cosa peor que la imposición intransigente de un criterio único: la falta de criterio.
Diario de un esteta es el recién estrenado blog de un buen amigo -algo quisquilloso, por cierto- al que desafortunadamente no veo muy a menudo. Ha tenido el detalle de enlazarme en uno de sus primeros postst, en el que deja bastante claro por dónde irán los tiros en su bitácora. Le deseo suerte y os animo a leerlo.
lunes, octubre 09, 2006
El negocio contemporáneo
Pablo Herrero recoge en su blog un artículo publicado por Julio Llamazarest en El País el 5 de octubre:
Poco tengo que añadir. Ya he escrito algún post acerca del arte contemporáneo, y lo que ocurre con los museos es todavía más sangrante. En el fondo, el gran circo -perdón, mercado- del arte contemporáneo necesita "artistas" y "museos" -entre otros personajes- para seguir funcionando. Quizá sea un problema nuestro, por meter en el mismo saco manifestaciones artísticas contemporáneas -que las hay, y de calidad- y tinglados económicos barnizados de modernidad -que sobran, a menudo rondando lo cutre.
Que el museo de arte contemporáneo de una ciudad española inaugure su nueva temporada con una fiesta cuyos dos alicientes principales eran la presencia de Alaska y de su marido y la actuación de la Terremoto de Alcorcón no dejaría de ser una catetada de no hacerse a costa del contribuyente; peor: del contribuyente de una autonomía que apenas tiene medios para cuidar su gran patrimonio artístico. Muy cerca de ese museo al que me refiero, una de las catedrales góticas mejores de toda Europa sobrevive a duras penas con las migajas de un presupuesto que no puede abarcar todo y con los donativos de los ciudadanos: “Salvemos la catedral”, reza una campaña pública que intenta suplir aquél con la voluntad del pueblo.
Desde que empezó la fiebre de los museos contemporáneos no hay ciudad de España que no quiera tener uno. Como las catedrales en la Edad Media o los teatros en el siglo XX, los museos de arte contemporáneo se han convertido en este momento en la medida de la importancia de una ciudad, o por lo menos de su modernidad. De ahí que florezcan por todas partes, como los hongos [...]
El disparate se agrava todavía más por las características que suelen reunir estos museos. No vale cualquier edificio público para su sede; hay que construir uno que despierte la envidia de las demás ciudades y, para ello, no se escatiman medios. Lugares hay, así, que no tienen hospital, o que carecen de infraestructuras fundamentales para su desarrollo, pero que presumen de su museo de arte contemporáneo como esos chabolistas que enseñan con orgullo su antena parabólica presidiendo las hojalatas y los cartones de la chabola en la que malviven.
[...] se contrata también a un director de prestigio, preferiblemente de fuera, que se encargue de la constitución del fondo. ¡Y vaya que si se encarga, con la colaboración de algunos galeristas y críticos amigos, que también cobran del presupuesto, lógicamente! De ahí la alegría que invade a todo el sector cada vez que se crea en una ciudad otro museo de arte contemporáneo.
[...] Pero no se trata ahora de discutir qué sea el arte contemporáneo, ni siquiera de si es posible musealizar unas creaciones que se están haciendo en este momento (¿es posible hacer historia del presente?), sino de considerar la contradicción, por no llamarla de otra manera, que supone emplear grandes presupuestos para financiar las fabulaciones y las ansias de grandeza de una ciudad o una autonomía, cuando no las de sus dirigentes. Porque son éstos los que se empeñan, en la mayoría de las ocasiones, en construir estos monumentos sin importarles su conveniencia ni las necesidades reales de la gente. Para eso están ellos donde están: para interpretarlas a su voluntad.
Lo peor de todo son las explicaciones con las que justifican luego el acierto de su decisión. Desde la capacidad de atracción turística del museo (cuando éste ha sido publicitado convenientemente para ello) hasta la cantidad de gente que pasa a ver sus instalaciones son razones que esgrimen habitualmente como garantías de aquél, ejemplificando de esa manera lo que para ellos significa el arte: una fuente de ingresos económicos, o de rentabilidad política, más que una visión del mundo. Cosa que es comprensible, por otra parte, a la vista de lo que se expone a veces.
Así pues, que la Terremoto de Alcorcón actúe en la inaguración anual de uno de esos museos no es ninguna aberración, como podrían pensar algunos. Al contrario, es la demostración de que en el arte contemporáneo todo es posible y de que lo que se trata, al fin, es de pasarlo bien. No es mala cosa, si no fuera que el que paga es el siempre, ése que contabilizan en las entradas de los museos, como en los supermercados, poco da que vaya a verlos o simplemente a pasar la tarde porque hace frío.
Poco tengo que añadir. Ya he escrito algún post acerca del arte contemporáneo, y lo que ocurre con los museos es todavía más sangrante. En el fondo, el gran circo -perdón, mercado- del arte contemporáneo necesita "artistas" y "museos" -entre otros personajes- para seguir funcionando. Quizá sea un problema nuestro, por meter en el mismo saco manifestaciones artísticas contemporáneas -que las hay, y de calidad- y tinglados económicos barnizados de modernidad -que sobran, a menudo rondando lo cutre.
jueves, agosto 17, 2006
Así en la vida como en el cine
"El amante era más divino que el amado, porque en aquél alienta el dios, que no en el otro; este pensamiento es quizás el más delicado y el más irónico que se haya producido, y de su fondo brota toda la picardía y la secreta concupiscencia del deseo".
Thomas Mann. Muerte en Venecia
En la vida, como en el cine, hay actores y directores. Hay quien piensa que los directores son los que se sirven de determinados personajes para contar una historia, pero yo creo que las historias están ahí, a la vista de todos y de nadie, y que los directores se ocupan -con mayor o menor gracia- de desnudarlas y entregárnoslas.
De este modo, es obvio que unos hacen y otros observan y, aunque parezca que aquéllos hagan por voluntad de éstos, no es así. Ningún director puede evitar que sus personajes se comporten del modo en que lo hacen, porque nadie puede evitar haber visto lo que ha visto ni haber comprendido lo que ha comprendido.
Y cuando, en la vida, uno observa y comprende, ¿es amo o esclavo? Siempre somos esclavos de la gracia que los dioses nos conceden.
Thomas Mann. Muerte en Venecia
En la vida, como en el cine, hay actores y directores. Hay quien piensa que los directores son los que se sirven de determinados personajes para contar una historia, pero yo creo que las historias están ahí, a la vista de todos y de nadie, y que los directores se ocupan -con mayor o menor gracia- de desnudarlas y entregárnoslas.
De este modo, es obvio que unos hacen y otros observan y, aunque parezca que aquéllos hagan por voluntad de éstos, no es así. Ningún director puede evitar que sus personajes se comporten del modo en que lo hacen, porque nadie puede evitar haber visto lo que ha visto ni haber comprendido lo que ha comprendido.
Y cuando, en la vida, uno observa y comprende, ¿es amo o esclavo? Siempre somos esclavos de la gracia que los dioses nos conceden.
jueves, julio 13, 2006
Zinedine
El pasado domingo concluyó la historia profesional de un deportista. Un jugador de fútbol, uno de los más grandes de la historia y, posiblemente, el más elegante de cuantos haya habido.
Dentro y fuera del campo, Zinedine Zidane fue un modelo a seguir en todos los aspectos... excepción hecha de algunos arrebatos violentos poco comprensibles. El último de ellos, el del pasado domingo, el de la gran final, quedará en la retina de todos los aficionados al fútbol. Quienes lo crucificaron antes de la Copa del Mundo para alabarlo, a posteriori, cuando había demostrado por enésima vez quién era, vuelven a cebarse con su persona.
Ahora quieren quitarle el Balón de Oro del Mundial, y le reprochan su actitud. Bloggers, periodistas y aficionados se apresuran a desacreditarlo. Y, sin embargo, si fuésemos justos, nos daríamos cuenta de que todo esto tiene un poco absurdo.
Resulta curioso que en España, el país de la gresca y los malos modos, nos dediquemos a criticar la reacción -violenta hasta cierto punto, no le partió la cara a nadie- de un tío al que llevaban cosiendo a patadas 110 minutos cuatro o cinco defensas italianos que, para más inri, no dejaban de acordarse de su madre y su hermana.
Nunca he justificado la violencia, y no voy a hacerlo ahora, pero me parece evidente que la reacción de Zidane fue humana hasta las entrañas. Pocos de nosotros podremos jactarnos de un historial impecable, y aun así alguno que estaba en todos los fregaos -léase Maradona- se permite opinar sobre el asunto.
Pues qué quieren que les diga. A mí Zidane no se me antoja un héroe, pero sí un hombre. Y los hombres somos así, Jekyll y Hide, capaces de no reconocernos a nosotros mismos en determinadas circunstancias, sobre todo cuando albergamos sentimientos encontrados y estamos sometidos a una tensión elevada -en el caso de Zidane, varios factores confluían.
Sinceramente, no creo que su elegancia y su clase vayan a verse mermadas por un momento de enajenación. Vale que era la final de un Mundial y que a sus 34 años la experiencia debería haberlo serenado, pero para ganar mundiales a base de tretas, autocontrol, picardía... y experiencia, ya están los italianos.
A veces un exceso de civismo hipócrita -en la calle, de civismo nada- nos hace olvidarnos de lo difícil que es no responder a las agresiones de un impresentable, de cualquier especimen de los que nos acecha a diario. Cortarnos, callarnos ante una sandez, es afortunadamente lo más habitual y más correcto. Si Zidane se permite el lujo de no hacerlo, me parece muy bien que se le condene... y que el que esté libre de pecado tire la primera piedra.
Y dicho esto, les recomiendo que hagan balance y juzguen a un hombre por lo bueno y por lo malo, y no sólo por lo más morboso. No es lo mismo un cabrón que va repartiendo leña por la vida que un hombre modélico con lagunas incomprensibles y reprobables, o simplemente con una vena tremebunda. Al fin y al cabo, así es la compleja naturaleza humana, pero yo me quedo con el genio y sus defectos antes que con la impoluta pasividad del que ni siente ni hace nada.
P.D. Eduardo Galeano expone su visión del asunto en un certero análisis. Comparto casi todo lo que dice.
Dentro y fuera del campo, Zinedine Zidane fue un modelo a seguir en todos los aspectos... excepción hecha de algunos arrebatos violentos poco comprensibles. El último de ellos, el del pasado domingo, el de la gran final, quedará en la retina de todos los aficionados al fútbol. Quienes lo crucificaron antes de la Copa del Mundo para alabarlo, a posteriori, cuando había demostrado por enésima vez quién era, vuelven a cebarse con su persona.
Ahora quieren quitarle el Balón de Oro del Mundial, y le reprochan su actitud. Bloggers, periodistas y aficionados se apresuran a desacreditarlo. Y, sin embargo, si fuésemos justos, nos daríamos cuenta de que todo esto tiene un poco absurdo.
Resulta curioso que en España, el país de la gresca y los malos modos, nos dediquemos a criticar la reacción -violenta hasta cierto punto, no le partió la cara a nadie- de un tío al que llevaban cosiendo a patadas 110 minutos cuatro o cinco defensas italianos que, para más inri, no dejaban de acordarse de su madre y su hermana.
Nunca he justificado la violencia, y no voy a hacerlo ahora, pero me parece evidente que la reacción de Zidane fue humana hasta las entrañas. Pocos de nosotros podremos jactarnos de un historial impecable, y aun así alguno que estaba en todos los fregaos -léase Maradona- se permite opinar sobre el asunto.
Pues qué quieren que les diga. A mí Zidane no se me antoja un héroe, pero sí un hombre. Y los hombres somos así, Jekyll y Hide, capaces de no reconocernos a nosotros mismos en determinadas circunstancias, sobre todo cuando albergamos sentimientos encontrados y estamos sometidos a una tensión elevada -en el caso de Zidane, varios factores confluían.
Sinceramente, no creo que su elegancia y su clase vayan a verse mermadas por un momento de enajenación. Vale que era la final de un Mundial y que a sus 34 años la experiencia debería haberlo serenado, pero para ganar mundiales a base de tretas, autocontrol, picardía... y experiencia, ya están los italianos.
A veces un exceso de civismo hipócrita -en la calle, de civismo nada- nos hace olvidarnos de lo difícil que es no responder a las agresiones de un impresentable, de cualquier especimen de los que nos acecha a diario. Cortarnos, callarnos ante una sandez, es afortunadamente lo más habitual y más correcto. Si Zidane se permite el lujo de no hacerlo, me parece muy bien que se le condene... y que el que esté libre de pecado tire la primera piedra.
Y dicho esto, les recomiendo que hagan balance y juzguen a un hombre por lo bueno y por lo malo, y no sólo por lo más morboso. No es lo mismo un cabrón que va repartiendo leña por la vida que un hombre modélico con lagunas incomprensibles y reprobables, o simplemente con una vena tremebunda. Al fin y al cabo, así es la compleja naturaleza humana, pero yo me quedo con el genio y sus defectos antes que con la impoluta pasividad del que ni siente ni hace nada.
P.D. Eduardo Galeano expone su visión del asunto en un certero análisis. Comparto casi todo lo que dice.
martes, mayo 16, 2006
Clasificando...
Nos encanta clasificar. Clasificamos objetos, personas, sensaciones... Todo, lo clasificamos todo.
En cierto modo es normal, el supermercado, la tienda de música, la facultad o un periódico se convertirían en entes caóticos e inasumibles para nosotros si mostrasen su contenido sin orden ni concierto.
Pero nuestra pasión clasificadora va más allá. Nuestro aprendizaje está basado en la clasificación, de hecho, perfeccionar nuestra habilidad clasificadora es indispensable para nuestro crecimiento intelectual. Observamos el mundo que nos rodea, aislamos objetos, y en base a sus características establecemos categorías y grupos que no existen más que a nivel conceptual, en nuestra mente -eso desde Ockham, y aunque la sombra de Aristóteles y Platón sea alargada.
En cualquier caso, yo tengo mis dudas acerca de esta nuestra manía de clasificarlo todo. Creo que nada nos gusta más que Google, porque simplemente busca en ese maremagnum de información desorganizada que es la red. ¿Para qué íbamos a ordenarla? De hecho, Gmail propone abolir la clasificación de mails. Dejarlo todo tirado y hacer una búsqueda años más tarde es mucho más cómodo.
Entre tanto extremo, sin embargo, debería imponerse cierta cordura. Y no siempre lo hace. Sin ir más lejos, la enseñanza está sujeta mayoritariamente al vicio académico de la hiperclasificación, esto es, que todo tenga que pertenecer forzosamente a un grupo de cosas o hechos. Nos enseñan que la historia se divide en X periodos, que la filosofía se desarrolla a través de X escuelas, que la literatura se estudia desde X perspectivas... Todo tiende a estar perfectamente delimitado, y es un engaño. Como el puzzle casi nunca encaja, lo encajan a golpes. Y así no se puede.
Esto, que puede parecer una cuestión baladí, da lugar a los más apasionantes sinsentidos. En una discusión académica uno puede presenciar momentos realmente cómicos. El otro día escuché una conversación surrealista, en la que dos historiadores se devanaban los sesos para indicar si una obra de un pintor -qué más da cuál- pertenecía a su primera o a su segunda sub-etapa de madurez. Vamos a ver, que yo sepa los pintores no dividían su obra en etapas, la dividimos -más o menos arbitrariamente- nosotros. Tampoco los estilos arquitectónicos se sucedieron amistosamente, diciéndose unos a otros "me he cansado de existir, te toca". Todo es mucho más complejo, entre el blanco y el negro hay un sinfín de matices, y aunque parezca obvio no todos lo saben -o no todos lo tienen en cuenta.
Este problema afecta mucho a las Humanidades -ésa es otra, ¿qué es humanidades y qué no? ¿por qué la pintura y la arquitectura se estudian en Arte pero la literatura se estudia independientemente?- y debería ser tenido en cuenta. Una fórmula o un teorema acaban donde acaban, una novela o un cuadro no.
Habida cuenta de lo anterior, no estaría mal que de vez en cuando abandonásemos el onanismo intelectual y analizásemos un texto, una obra o un documento con rigor... esto es, dejando de guiarnos por esquemas-tipo y por patrones estandarizados. Nadie duda de su valor pedagógico ni de la necesidad de recurrir a la clasificación para no naufragar en la ingente cantidad de datos que movemos a diario, pero es importante recordar que clasificar es un medio, no un fin. Aun siendo incómodo -o no-, cada texto de cada autor y cada autor de cada movimiento son un mundo en sí mismos, y no hay que perder de vista esta idea...
En cierto modo es normal, el supermercado, la tienda de música, la facultad o un periódico se convertirían en entes caóticos e inasumibles para nosotros si mostrasen su contenido sin orden ni concierto.
Pero nuestra pasión clasificadora va más allá. Nuestro aprendizaje está basado en la clasificación, de hecho, perfeccionar nuestra habilidad clasificadora es indispensable para nuestro crecimiento intelectual. Observamos el mundo que nos rodea, aislamos objetos, y en base a sus características establecemos categorías y grupos que no existen más que a nivel conceptual, en nuestra mente -eso desde Ockham, y aunque la sombra de Aristóteles y Platón sea alargada.
En cualquier caso, yo tengo mis dudas acerca de esta nuestra manía de clasificarlo todo. Creo que nada nos gusta más que Google, porque simplemente busca en ese maremagnum de información desorganizada que es la red. ¿Para qué íbamos a ordenarla? De hecho, Gmail propone abolir la clasificación de mails. Dejarlo todo tirado y hacer una búsqueda años más tarde es mucho más cómodo.
Entre tanto extremo, sin embargo, debería imponerse cierta cordura. Y no siempre lo hace. Sin ir más lejos, la enseñanza está sujeta mayoritariamente al vicio académico de la hiperclasificación, esto es, que todo tenga que pertenecer forzosamente a un grupo de cosas o hechos. Nos enseñan que la historia se divide en X periodos, que la filosofía se desarrolla a través de X escuelas, que la literatura se estudia desde X perspectivas... Todo tiende a estar perfectamente delimitado, y es un engaño. Como el puzzle casi nunca encaja, lo encajan a golpes. Y así no se puede.
Esto, que puede parecer una cuestión baladí, da lugar a los más apasionantes sinsentidos. En una discusión académica uno puede presenciar momentos realmente cómicos. El otro día escuché una conversación surrealista, en la que dos historiadores se devanaban los sesos para indicar si una obra de un pintor -qué más da cuál- pertenecía a su primera o a su segunda sub-etapa de madurez. Vamos a ver, que yo sepa los pintores no dividían su obra en etapas, la dividimos -más o menos arbitrariamente- nosotros. Tampoco los estilos arquitectónicos se sucedieron amistosamente, diciéndose unos a otros "me he cansado de existir, te toca". Todo es mucho más complejo, entre el blanco y el negro hay un sinfín de matices, y aunque parezca obvio no todos lo saben -o no todos lo tienen en cuenta.
Este problema afecta mucho a las Humanidades -ésa es otra, ¿qué es humanidades y qué no? ¿por qué la pintura y la arquitectura se estudian en Arte pero la literatura se estudia independientemente?- y debería ser tenido en cuenta. Una fórmula o un teorema acaban donde acaban, una novela o un cuadro no.
Habida cuenta de lo anterior, no estaría mal que de vez en cuando abandonásemos el onanismo intelectual y analizásemos un texto, una obra o un documento con rigor... esto es, dejando de guiarnos por esquemas-tipo y por patrones estandarizados. Nadie duda de su valor pedagógico ni de la necesidad de recurrir a la clasificación para no naufragar en la ingente cantidad de datos que movemos a diario, pero es importante recordar que clasificar es un medio, no un fin. Aun siendo incómodo -o no-, cada texto de cada autor y cada autor de cada movimiento son un mundo en sí mismos, y no hay que perder de vista esta idea...
martes, mayo 09, 2006
Psicoanálisis, mercado y analfabetismo funcional
En los últimos días he leído un par de artículos muy recomendables: Analfabetos funcionales, de Alberto Garzón, y La herencia de Freud: el encuentro entre la cultura psicológica y el capitalismo, de Felipe Romero.
Ambos tratan problemas de actualidad. El primero, la raquítica formación cultural de los universitarios españoles; el segundo, la construcción de la identidad a partir del consumo en nuestra sociedad. Eso a grandes rasgos, claro.
Son problemas que rara vez se abordan directamente o como tales. Sí, nutren algunas páginas de investigaciones sociológicas, pedagógicas o psicológicas, pero no son tema de debate público pese a resultar evidentes.
Ciertamente, son problemas relacionados, y no es casual que no ocupen portadas en los periódicos. El ejemplo de Garzón sobre la indigencia intelectual del universitario español medio es elocuente:
El planteamiento inicial del artículo de Romero no lo es menos:
En ambos artículos se señala, con matices, la responsabilidad del mercado, de ese gigantesco mercado que configura la sociedad capitalista. El prisma freudiano de Romero nos da la pieza que falta para encajar el puzzle:
El mercado busca aumentar el ritmo de ampliación y renovación de su oferta para incrementar sus beneficios y su crecimiento; nuestra necesidad de autoafirmación y diferenciación se convierte en necesidad de consumo de esos productos; el desastroso sistema educativo nos convierte en seres acríticos, que aceptan sin remisión la jerarquía económica que fomenta el mercado.
En este punto, cabe considerar cómo esta jerarquía viene a sustituir la cultura real por la cultura del capital, en palabras de Garzón. Por otra parte, esa pobreza intelectual nos convierte en excelentes herramientas productivas, especialistas sin visión perspectiva y sin bagaje cultural. Como carecemos de cultura pero seguimos queriendo destacar y diferenciarnos del resto, optamos por la máxima simplista del capitalismo: tanto tienes, tanto vales. Y acudimos aborregadamente a mendigarle que nos diferencie de nuestros congéneres, del mismo modo que ellos lo hacen. Cuestiones de estilo o ética quedan relegadas a un segundo plano, ya que lo único para lo que nos prepara el sistema es para conceder gran importancia a la producción de bienes de consumo y a la obtención de beneficios. En la medida en que somos eficaces en esta última tarea, el sistema nos eleva a su cúspide y nos otorga consideración económica... pero también social y cultural. Después de todo, lo que nuestra limitada formación nos permite entender como cultura forma también parte del sistema, que de ese modo consigue cerrarse sobre sí mismo y continuar este círculo vicioso.
Hasta los detractores del sistema están integrados en él. No comparten su estructura pero no consiguen desprenderse de ella. Sin embargo, la red es una excelente forma de canalizar la información antisistema -en el sentido primigenio de la palabra- y de crear redes de pensamiento alternativas, e incluso una cultura alternativa. De este modo se puede combatir un enemigo mucho más intangible que los dogmas eclesiásticos que antaño impedían la libertad de pensamiento y expresión. La alienación, hoy, es paradójicamente más diáfana, pero también más subrepticia, que nunca.
Ambos tratan problemas de actualidad. El primero, la raquítica formación cultural de los universitarios españoles; el segundo, la construcción de la identidad a partir del consumo en nuestra sociedad. Eso a grandes rasgos, claro.
Son problemas que rara vez se abordan directamente o como tales. Sí, nutren algunas páginas de investigaciones sociológicas, pedagógicas o psicológicas, pero no son tema de debate público pese a resultar evidentes.
Ciertamente, son problemas relacionados, y no es casual que no ocupen portadas en los periódicos. El ejemplo de Garzón sobre la indigencia intelectual del universitario español medio es elocuente:
Han pasado varios meses desde que se inició la segunda parte del curso académico, y en el centro de un debate de una clase de Economía Política, en el tercer curso de la carrera de Economía, se preguntó por el significado de “socialdemocracia”. Sólo unas pocas cabezas sabían de qué iba la cosa, y no demasiado bien. En cifras… rozando el 10%.
El planteamiento inicial del artículo de Romero no lo es menos:
[...] en indicar como tendencia dominante dentro del consumo eso que podríamos llamar “egoexpresión”, un paso más allá de la personalización. Esta tendencia supone la agregación de cuatro fenómenos del consumo, unos más clásicos, otros más novedosos:
- La propia identidad se construye a través del consumo. Eres lo que consumes.
- Sin embargo, la identidad, para serlo, tiene que disponer de rasgos particulares, propios, y el consumo de productos elaborados de forma masiva dificulta la diferenciación. Se trata de trasladar que aunque eres lo que consumes, y aunque consumes lo mismo que los demás, en tu caso no es lo mismo. Hasta este punto no hemos pasado de una tendencia de la sociedad de consumo del siglo anterior: la personalización, entendida por un lado como la necesidad de diferenciarte de otros compradores-consumidores del mismo producto o de uno similar, y por otro como un modo de ajustar cada oferta a la necesidad de cada consumidor.
En ambos artículos se señala, con matices, la responsabilidad del mercado, de ese gigantesco mercado que configura la sociedad capitalista. El prisma freudiano de Romero nos da la pieza que falta para encajar el puzzle:
El mercado busca aumentar el ritmo de ampliación y renovación de su oferta para incrementar sus beneficios y su crecimiento; nuestra necesidad de autoafirmación y diferenciación se convierte en necesidad de consumo de esos productos; el desastroso sistema educativo nos convierte en seres acríticos, que aceptan sin remisión la jerarquía económica que fomenta el mercado.
En este punto, cabe considerar cómo esta jerarquía viene a sustituir la cultura real por la cultura del capital, en palabras de Garzón. Por otra parte, esa pobreza intelectual nos convierte en excelentes herramientas productivas, especialistas sin visión perspectiva y sin bagaje cultural. Como carecemos de cultura pero seguimos queriendo destacar y diferenciarnos del resto, optamos por la máxima simplista del capitalismo: tanto tienes, tanto vales. Y acudimos aborregadamente a mendigarle que nos diferencie de nuestros congéneres, del mismo modo que ellos lo hacen. Cuestiones de estilo o ética quedan relegadas a un segundo plano, ya que lo único para lo que nos prepara el sistema es para conceder gran importancia a la producción de bienes de consumo y a la obtención de beneficios. En la medida en que somos eficaces en esta última tarea, el sistema nos eleva a su cúspide y nos otorga consideración económica... pero también social y cultural. Después de todo, lo que nuestra limitada formación nos permite entender como cultura forma también parte del sistema, que de ese modo consigue cerrarse sobre sí mismo y continuar este círculo vicioso.
Hasta los detractores del sistema están integrados en él. No comparten su estructura pero no consiguen desprenderse de ella. Sin embargo, la red es una excelente forma de canalizar la información antisistema -en el sentido primigenio de la palabra- y de crear redes de pensamiento alternativas, e incluso una cultura alternativa. De este modo se puede combatir un enemigo mucho más intangible que los dogmas eclesiásticos que antaño impedían la libertad de pensamiento y expresión. La alienación, hoy, es paradójicamente más diáfana, pero también más subrepticia, que nunca.