martes, mayo 09, 2006

Psicoanálisis, mercado y analfabetismo funcional

En los últimos días he leído un par de artículos muy recomendables: Analfabetos funcionales, de Alberto Garzón, y La herencia de Freud: el encuentro entre la cultura psicológica y el capitalismo, de Felipe Romero.

Ambos tratan problemas de actualidad. El primero, la raquítica formación cultural de los universitarios españoles; el segundo, la construcción de la identidad a partir del consumo en nuestra sociedad. Eso a grandes rasgos, claro.

Son problemas que rara vez se abordan directamente o como tales. Sí, nutren algunas páginas de investigaciones sociológicas, pedagógicas o psicológicas, pero no son tema de debate público pese a resultar evidentes.

Ciertamente, son problemas relacionados, y no es casual que no ocupen portadas en los periódicos. El ejemplo de Garzón sobre la indigencia intelectual del universitario español medio es elocuente:

Han pasado varios meses desde que se inició la segunda parte del curso académico, y en el centro de un debate de una clase de Economía Política, en el tercer curso de la carrera de Economía, se preguntó por el significado de “socialdemocracia”. Sólo unas pocas cabezas sabían de qué iba la cosa, y no demasiado bien. En cifras… rozando el 10%.


El planteamiento inicial del artículo de Romero no lo es menos:

[...] en indicar como tendencia dominante dentro del consumo eso que podríamos llamar “egoexpresión”, un paso más allá de la personalización. Esta tendencia supone la agregación de cuatro fenómenos del consumo, unos más clásicos, otros más novedosos:

- La propia identidad se construye a través del consumo. Eres lo que consumes.
- Sin embargo, la identidad, para serlo, tiene que disponer de rasgos particulares, propios, y el consumo de productos elaborados de forma masiva dificulta la diferenciación. Se trata de trasladar que aunque eres lo que consumes, y aunque consumes lo mismo que los demás, en tu caso no es lo mismo. Hasta este punto no hemos pasado de una tendencia de la sociedad de consumo del siglo anterior: la personalización, entendida por un lado como la necesidad de diferenciarte de otros compradores-consumidores del mismo producto o de uno similar, y por otro como un modo de ajustar cada oferta a la necesidad de cada consumidor.


En ambos artículos se señala, con matices, la responsabilidad del mercado, de ese gigantesco mercado que configura la sociedad capitalista. El prisma freudiano de Romero nos da la pieza que falta para encajar el puzzle:

El mercado busca aumentar el ritmo de ampliación y renovación de su oferta para incrementar sus beneficios y su crecimiento; nuestra necesidad de autoafirmación y diferenciación se convierte en necesidad de consumo de esos productos; el desastroso sistema educativo nos convierte en seres acríticos, que aceptan sin remisión la jerarquía económica que fomenta el mercado.

En este punto, cabe considerar cómo esta jerarquía viene a sustituir la cultura real por la cultura del capital, en palabras de Garzón. Por otra parte, esa pobreza intelectual nos convierte en excelentes herramientas productivas, especialistas sin visión perspectiva y sin bagaje cultural. Como carecemos de cultura pero seguimos queriendo destacar y diferenciarnos del resto, optamos por la máxima simplista del capitalismo: tanto tienes, tanto vales. Y acudimos aborregadamente a mendigarle que nos diferencie de nuestros congéneres, del mismo modo que ellos lo hacen. Cuestiones de estilo o ética quedan relegadas a un segundo plano, ya que lo único para lo que nos prepara el sistema es para conceder gran importancia a la producción de bienes de consumo y a la obtención de beneficios. En la medida en que somos eficaces en esta última tarea, el sistema nos eleva a su cúspide y nos otorga consideración económica... pero también social y cultural. Después de todo, lo que nuestra limitada formación nos permite entender como cultura forma también parte del sistema, que de ese modo consigue cerrarse sobre sí mismo y continuar este círculo vicioso.

Hasta los detractores del sistema están integrados en él. No comparten su estructura pero no consiguen desprenderse de ella. Sin embargo, la red es una excelente forma de canalizar la información antisistema -en el sentido primigenio de la palabra- y de crear redes de pensamiento alternativas, e incluso una cultura alternativa. De este modo se puede combatir un enemigo mucho más intangible que los dogmas eclesiásticos que antaño impedían la libertad de pensamiento y expresión. La alienación, hoy, es paradójicamente más diáfana, pero también más subrepticia, que nunca.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La misteriosa transparencia de lo esencial suele confundirse con el absurdo.
Afortunadamente la vida nos recuerda, antes o después, que está ahí, como la verdad, desnuda debajo de todos los disfraces.
Un abrazo

11:54 a. m.  

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