miércoles, octubre 05, 2005

Contrastes

Citaba ayer Nacho Escolar en su blog un estremecedor artículo aparecido en Informativos Telecinco -y emitido en TV- acerca de la dramática situación de los inmigrantes africanos, especialmente la de aquellos que alcanzan la frontera -bueno, la valla- que les separa de España.

"Eso sí es un problema", pensé al leer el artículo y ver el vídeo. Acostumbrado a mis cabreos supinos, este tipo de documentos me recuerda lo patético que puedo resultar a veces. Bueno, que podemos. Porque hoy nada más abrir Estrella Digital me encuentro de frente con una ¿noticia? -¿por qué los diarios se hacen eco de estas cosas?- en la que Sharon Stone pide al "público" comprensión con la situación de Kate Moss -una top-model recientemente fotografiada consumiendo cocaína, para quienes lo ignoren. En sus declaraciones la actriz norteamericana dice que hay que comprender a la Srta. Moss, ya que "crecer bajo los proyectores" es algo "muy difícil y doloroso". Sé que los contextos son diferentes, pero sigo pensando que hemos perdido la noción de las cosas de manera alarmante, o más claramente, que somos estúpidos.

De hecho, considerándome afortunado en un mundo lleno de desgracias, me asombra ver la cantidad de gente que redefine mi concepto de "preocupación", o "desgracia" a las primeras de cambio.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hemos conseguido relativizar el sufrimiento hasta extremos ridículos. No sé quién tiene la culpa, pero nos han prefabricado una burbuja de bienestar y felicidad absurda. Nos da igual 8 que 800, y a veces las palabras hacen daño. Desde nuestra óptica, pervertida y perversa, cualquier cosa que nos desagrade es una hecatombe nuclear en potencia.

Por otro lado, la sociedad "tiene que" comprender y apoyar a las modelos multimillonarias que se drogan -cualquier día abrirán una "Cuenta de Ayuda a Kate Moss" previa constitución de una ONG homónima-, aunque luego tache de "indeseable drogadicto" a cualquier persona que afirme haber dado un par de caladas a un porro. De cajón, ¿no? Aquí solo distinguimos blanco y negro, bonito y feo, me gusta o me deprime. Y normalmente no sabemos ni distinguir eso.

A mí, sinceramente, me da vergüenza todo esto. Y lo peor de todo es que quizás mi pasividad contribuya a fomentar esta oda al absurdo de nuestro día a día.
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