jueves, octubre 19, 2006

Historias de la puta España

Sin perdón, no me confundan continente y contenido -obviaremos responsabilidades de uno en otro y de otro en uno. Este país (o nación o estado o como quiera que ustedes le llamen) es un cachondeo -y no por el affaire Rubianes.

Leo en Retiario lo siguiente:

Raras veces una augusta institución científica como la revista británica Nature desciende a abroncar países. Aunque siempre hay excepciones, y España es una de ellas. Otra vez, y van varias, este órgano de la comunidad científica internacional reprende al estado español por su tratamiento de los científicos profesionales.

[...]

Los 'cajales' que regresaron hace 4 o 5 años, tras años de estancia en laboratorios extranjeros, que volvieron para crear equipos y líneas de investigación, se encuentran con que después no hay nada. Especialmente en el CSIC los ahorros de los últimos años significan que no salen plazas ni contratos. Científicos con 10 años de carrera postdoctoral no tienen puestos a los que optar.


Léanlo entero también ustedes, no me sean vagos, porque no tiene desperdicio.

Somos así. Por eso, cuando se trata de criticar España, hasta Dragó parece comedido.

¿Cuándo empezaremos a valorar la cultura? Podríamos empezar... qué sé yo, por intentar que los niños aprendan a escribir en la escuela, que no es tan complicado, ¿o sí? Por cierto, de los universitarios españoles que no están condenados al paro por hacer las cosas bien ¿qué se sabe?. Ahí ahí, al pie del cañón, movilizándose por causas justas y no por tonterías.

Qué triste leer a Jaime Gil de Biedma -otro autor, y van tantos, al que España no hace justicia- y ver que nada ha cambiado:

¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.

Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.

jueves, octubre 12, 2006

Blog esteta

Todas las definiciones que de la belleza hemos dado han sido incompletas, pero en estos momentos tampoco tenemos claro que su búsqueda sea una prioridad. Desde que se ha desligado del arte, y desde que todo vale, hemos perdido los criterios para juzgarla y las ganas para buscarla. Hay una cosa peor que la imposición intransigente de un criterio único: la falta de criterio.


Diario de un esteta es el recién estrenado blog de un buen amigo -algo quisquilloso, por cierto- al que desafortunadamente no veo muy a menudo. Ha tenido el detalle de enlazarme en uno de sus primeros postst, en el que deja bastante claro por dónde irán los tiros en su bitácora. Le deseo suerte y os animo a leerlo.

lunes, octubre 09, 2006

El negocio contemporáneo

Pablo Herrero recoge en su blog un artículo publicado por Julio Llamazarest en El País el 5 de octubre:

Que el museo de arte contemporáneo de una ciudad española inaugure su nueva temporada con una fiesta cuyos dos alicientes principales eran la presencia de Alaska y de su marido y la actuación de la Terremoto de Alcorcón no dejaría de ser una catetada de no hacerse a costa del contribuyente; peor: del contribuyente de una autonomía que apenas tiene medios para cuidar su gran patrimonio artístico. Muy cerca de ese museo al que me refiero, una de las catedrales góticas mejores de toda Europa sobrevive a duras penas con las migajas de un presupuesto que no puede abarcar todo y con los donativos de los ciudadanos: “Salvemos la catedral”, reza una campaña pública que intenta suplir aquél con la voluntad del pueblo.

Desde que empezó la fiebre de los museos contemporáneos no hay ciudad de España que no quiera tener uno. Como las catedrales en la Edad Media o los teatros en el siglo XX, los museos de arte contemporáneo se han convertido en este momento en la medida de la importancia de una ciudad, o por lo menos de su modernidad. De ahí que florezcan por todas partes, como los hongos [...]

El disparate se agrava todavía más por las características que suelen reunir estos museos. No vale cualquier edificio público para su sede; hay que construir uno que despierte la envidia de las demás ciudades y, para ello, no se escatiman medios. Lugares hay, así, que no tienen hospital, o que carecen de infraestructuras fundamentales para su desarrollo, pero que presumen de su museo de arte contemporáneo como esos chabolistas que enseñan con orgullo su antena parabólica presidiendo las hojalatas y los cartones de la chabola en la que malviven.

[...] se contrata también a un director de prestigio, preferiblemente de fuera, que se encargue de la constitución del fondo. ¡Y vaya que si se encarga, con la colaboración de algunos galeristas y críticos amigos, que también cobran del presupuesto, lógicamente! De ahí la alegría que invade a todo el sector cada vez que se crea en una ciudad otro museo de arte contemporáneo.

[...] Pero no se trata ahora de discutir qué sea el arte contemporáneo, ni siquiera de si es posible musealizar unas creaciones que se están haciendo en este momento (¿es posible hacer historia del presente?), sino de considerar la contradicción, por no llamarla de otra manera, que supone emplear grandes presupuestos para financiar las fabulaciones y las ansias de grandeza de una ciudad o una autonomía, cuando no las de sus dirigentes. Porque son éstos los que se empeñan, en la mayoría de las ocasiones, en construir estos monumentos sin importarles su conveniencia ni las necesidades reales de la gente. Para eso están ellos donde están: para interpretarlas a su voluntad.

Lo peor de todo son las explicaciones con las que justifican luego el acierto de su decisión. Desde la capacidad de atracción turística del museo (cuando éste ha sido publicitado convenientemente para ello) hasta la cantidad de gente que pasa a ver sus instalaciones son razones que esgrimen habitualmente como garantías de aquél, ejemplificando de esa manera lo que para ellos significa el arte: una fuente de ingresos económicos, o de rentabilidad política, más que una visión del mundo. Cosa que es comprensible, por otra parte, a la vista de lo que se expone a veces.

Así pues, que la Terremoto de Alcorcón actúe en la inaguración anual de uno de esos museos no es ninguna aberración, como podrían pensar algunos. Al contrario, es la demostración de que en el arte contemporáneo todo es posible y de que lo que se trata, al fin, es de pasarlo bien. No es mala cosa, si no fuera que el que paga es el siempre, ése que contabilizan en las entradas de los museos, como en los supermercados, poco da que vaya a verlos o simplemente a pasar la tarde porque hace frío.


Poco tengo que añadir. Ya he escrito algún post acerca del arte contemporáneo, y lo que ocurre con los museos es todavía más sangrante. En el fondo, el gran circo -perdón, mercado- del arte contemporáneo necesita "artistas" y "museos" -entre otros personajes- para seguir funcionando. Quizá sea un problema nuestro, por meter en el mismo saco manifestaciones artísticas contemporáneas -que las hay, y de calidad- y tinglados económicos barnizados de modernidad -que sobran, a menudo rondando lo cutre.
Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.